Colocando a Bolivia en el radar internacional

Jhanisse Vaca
Bolivia rara vez figura en las publicaciones que definen el debate democrático global. No es falta de crisis (nos sobran), sino una inercia que nos mantiene al margen, como si lo que ocurre aquí fuera anecdótico o local, irrelevante frente a los grandes temas del mundo. Por eso es profundamente significativo que el Journal of Democracy, una de las revistas más influyentes en asuntos de gobernanza y libertades públicas a nivel internacional, haya publicado un artículo sobre la demolición silenciosa del orden democrático boliviano. Lo escribí no solo como activista y defensora de DDHH, sino como alguien que ha vivido en carne propia las consecuencias de esa destrucción.
El texto se titula “Bolivia’s Silent Destruction” (La Destrucción Silenciosa de Bolivia) y sostiene una tesis clara: Bolivia ya no es una democracia. No se trata de una declaración provocadora, sino de una conclusión respaldada por los hechos. El deterioro de la independencia judicial, el uso del sistema penal como herramienta de persecución política, la cooptación de instituciones clave y la fragmentación del tejido social son síntomas de un régimen que se presenta como democrático, pero opera con las lógicas del autoritarismo.
Que JoD lo publique es un acto importante. Esta es una revista que históricamente ha documentado los retrocesos democráticos en lugares como Venezuela, Nicaragua, Hungría o Turquía. Que ahora incluya a Bolivia en esa lista no es un halago, es una alarma.
Y es una alarma que llega en un momento particularmente grave. A poco más de dos meses de las elecciones de 2025, el país se encuentra atrapado en una pugna entre facciones del poder, con una sociedad civil y oposición que han sido hostigados y perseguidos. Como he escrito antes: no se trata de “izquierda” o “derecha”, ni de “evistas” versus “renovadores”. Se trata de legalidad versus crimen, de instituciones versus impunidad.
Bolivia no suele ser cubierta por medios de este calibre. Cuando lo es, muchas veces desde una mirada exótica o desinformada. Por eso importa que esta vez el diagnóstico haya sido construido desde adentro, con una narrativa que no romantiza el autoritarismo ni cae en la trampa del “mal menor”. Bolivia no está gobernada por un modelo alternativo de democracia; está siendo vaciada por una élite que aprendió a usar el lenguaje de la revolución para proteger sus privilegios.
Hay quienes dirán que lo internacional no importa, que esta clase de publicaciones no cambia nada. Pero en contextos donde los mecanismos internos de rendición de cuentas están rotos, donde la prensa independiente es acosada, donde el poder judicial responde al Ejecutivo y donde disentir se paga caro, la mirada externa puede ser una forma de protección y documentación. No porque solucione los problemas, sino porque impide que pasen impunes.
La democracia no siempre muere a gritos. A veces muere en silencio, mientras se firman decretos, se manipulan fallos judiciales y se castiga la disidencia con métodos que ya no sorprenden a nadie. Que Journal of Democracy haya puesto los ojos en Bolivia es, entonces, una oportunidad: para decir que estamos aquí, que resistimos, y que aún hay voces dispuestas a nombrar lo que muchos prefieren callar.


