El toborochi en flor, un símbolo que pinta de rosa a Santa Cruz

Durante décadas, todos los toborochis de la región fueron catalogados como Ceiba speciosa, originaria de Argentina; sin embargo, una investigación publicada en 2024 por el Museo de Historia Natural, cambió la narrativa botánica. Los investigadores James Arnold Drawer, Juan Carlos Catari y Alejandro Angulo identificaron que el árbol más común en Santa Cruz es en realidad una nueva especie: la Ceiba camba
Cada año, entre mayo y junio, Santa Cruz de la Sierra se transforma. Las calles, plazas y parques se tiñen de rosa gracias al esplendor del toborochi, un árbol cuya floración anuncia la llegada del invierno y despierta la iración de propios y extraños. Más que un espectáculo natural, el toborochi (Ceiba speciosa) se ha consolidado como un símbolo cultural, ecológico y científico del oriente boliviano.
“El toborochi es una especie que habita en climas secos, y su característica pancita le permite almacenar agua para sobrevivir a la sequía”, explica Mónica Vicente Calani, docente investigadora de Ingeniería Forestal en la Universidad Autónoma Gabriel René Moreno (UAGRM). “Lo más interesante es que florece cuando la mayoría de los árboles pierden sus hojas. Es como si nos avisara que se viene la estación seca".
La Ceiba camba: una nueva especie cruceña
Durante décadas, todos los toborochis de la región fueron catalogados como Ceiba speciosa, originaria de Argentina; sin embargo, una investigación publicada en 2024 por el Museo de Historia Natural, cambió la narrativa botánica. Los investigadores James Arnold Drawer, Juan Carlos Catari y Alejandro Angulo identificaron que el árbol más común en Santa Cruz es en realidad una nueva especie: la Ceiba camba, la primera en llevar oficialmente el nombre “camba” en el reino vegetal.
Entre sus características distintivas están el color de sus flores (rosado con base amarilla), sus hojas de borde entero y pecíolos cortos y alados.
El toborochi florece en el momento en que otros árboles pierden sus hojas. Su flor solitaria y hermafrodita, de pétalos grandes y generalmente cinco, aparece como un anuncio de resiliencia”, explica Vicente. “Cuando el árbol vive en condiciones de estrés hídrico, desarrolla más su característica pancita. En cambio, cuando tiene buen al agua, crece en altura y su tronco es más delgado”.
Más allá de su valor estético, el toborochi cumple un papel vital en la biodiversidad urbana. Sus flores son fuente de alimento para aves, abejas y otros polinizadores justo cuando más escasea el alimento: durante la estación seca. Además, sus frutos son comestibles tanto para la fauna como para los humanos.
“La semilla está envuelta en una fibra ligera, parecida al algodón, que le permite volar y alejarse del árbol madre. Sin embargo, si toca el suelo y no germina rápidamente, pierde viabilidad”, señala la investigadora.
Con copas de hasta 12 metros de diámetro y alturas que superan los 30 metros, el toborochi requiere amplios espacios para crecer. Por eso, su plantación debe reservarse para parques y áreas abiertas. “Con los cuidados adecuados, puede florecer a los tres años. A los cinco, ya se convierte en un espectáculo visual completo”, asegura Vicente. Los plantines se pueden conseguir fácilmente en viveros de la región.
En la capital cruceña, uno de los ejemplares más antiguos se encuentra en la plazuela Ñuflo de Chávez, también conocida como la plazuela del Cementerio. Según la Red Ambiental de Información, este árbol tiene al menos 95 años y fue probablemente plantado entre 1911 y 1917 por el naturalista Benjamín Burela.
Un llamado a la valoración y conservación
Pese a su majestuosidad, el toborochi enfrenta desafíos. Se estima que solo el 20% de sus flores llega a fructificar, afectadas por el viento y los bruscos cambios de temperatura. Por eso, Mónica Vicente hace un llamado a la ciudadanía: “Debemos valorar nuestras especies nativas. Tomarnos un momento para mirar un toborochi florecido puede parecer simple, pero es un acto de conexión con la vida y con nuestras raíces”.
El toborochi ha trascendido el plano botánico y ecológico para convertirse en un símbolo cultural boliviano. Aparece en el billete de 20 bolivianos y está presente en mitos y leyendas, como la historia guaraní de Araverá, la mujer que escapó de los espíritus del mal refugiándose dentro del tronco de un toborochi. De allí, cuenta la leyenda, aún asoma convertida en flor para ser visitada por los colibríes.
Así, cada flor de toborochi no solo embellece la ciudad: también recuerda la urgencia de proteger lo que nos da sombra, oxígeno, belleza y memoria.


